martes, mayo 31, 2005

Temporero por una semana:


Cuando calienta el sol
Una semana bajo el sol de seguro va ligada a palabras como el mar, bikinis, cuerpos bronceados y uno que otro festival entremedio. Sin embargo cuando a ese sol le agregamos cien hileras de fruta, media hora de colación y diez de trabajo la sensación no es la misma, y yo sólo estuve una semana.
Eran las ocho en punto y Amar Azul dejó de sonar en la micro que nos llevaba al campo. Inmediatamente colgamos el tarro de pintura en el cuello y caminamos hacia la hilera que nos correspondía.
Son las nueve con treinta y el sol ya está pegando fuerte. A mi lado María, una mujer mayor, corta y corta frambuesas sin mirar al lado. Pasan los minutos y el silencio comienza desesperarme. María, que sigue cortando los frutos con una dedicación envidiable, finalmente sucumbe ante mis ansias por decir una palabra. Ta’ lenta la cosa dije, fue lo primero que se me ocurrió. "sí, pero que se le va a hacer" respondió con una mezcla de rabia y resignación por la labor que le ha quitado más de treinta años de su vida y sin pensar en los diez más que el astro rey le regaló.
1:30: Luego de engullir rápidamente el "almuerzo" seguimos trabajando, el sol es cada vez más fuerte, al igual que mi odio por las frambuesas. Llevaba sólo una mañana y ya no aguantaba la impotencia. Eran 175 pesos por kilo y con suerte hacíamos diez al día. María, con treinta años de trabajo encima y la mitad de mis bandejas seguía trabajando en silencio. Con el correr de los días entendí que un sobrino enfermo y el pan de cada día la obligaban a olvidar las espinas en los dedos y las ampollas en la espalda.
A las seis de la tarde terminó el turno y Garras de Amor me lleva de vuelta a mi casa.
Luego de una ducha (la más ansiada en estos 23 años), con la cara ardiendo, los dedos llenos de espinas casi invisibles y la espalda hecha bolsa no podía dejar de pensar en María, que de seguro llegó a atender su casa con la mejor sonrisa, y que por supuesto estará dispuesta a convivir nuevamente con las espinas, ampollas y pesticidas donde de verdad "calienta el sol". Yo, en mi camita muy tranquilo y con el doble de dinero que ella en el bolsillo, repito y repito que no quiero ir nunca más, y sólo estuve una semana.

jueves, mayo 26, 2005

Cuatro dias en el cuartel


Era mayo 20, dos de la tarde. Luego de una batalla incesante el soldado regresa al cuartel general. Sus ropajes destrozados, su rostro demacrado y su mente retorcida dan a entender que la batalla casi lo destruye. No puede caminar bien, ni ver bien, ni escuhar perfectamente, pero sus ansias por llegar al cuartel lo mantienen con vida, es un ente que sólo busca volver al lugar que lo cobijará por unos días.
Una vez dentro una mujer, la misma que lo ha esperado sin falta frente a la puerta durante estos cinco años, cura sus heridas, repara sus ropas y lo cubre del frío infernal que abunda en su alma. La guerra lo había vaciado, lo estaba matando.
Fueron cuatro días que le devolvieron la vida. Fueron seis personas que salvaron su alma, fueron cuantro lluvias las que inundaron nuevamente el cuerpo vacío de aquel soldado. Amor, cobijo, apoyo y más amor fue lo que lo salvó, y todo en el cuartel, amado cuartel que lo ha curado mil veces, cuartel amado ubicado en una región del sur.
Antes de partir lo armaron denuevo, los cubrieron del frío y cargaron sus armas. El soldado desvalido y moribundo que entró hace cuatro dias salió como el guerrero más fuerte y vigoroso, hacia un futuro incierto, pero con un recuerdo imborrable de aquellos dias, sin duda, los mejores de hace mucho tiempo.
Hoy llegó nuevamente a la guerra, sigue caminando y caminando de trinchera en trinchera contra los mismos que casi lo destruyen, pero esta vez sin miedo. Sin miedo porque tras cada paso al frente, tras cada amenazante bala hay un recuerdo de aquel cuartel que lo salvo y que lo salvará una y otra vez hasta que la guerra termine o termine el.
Para todos los que estaban allá.




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